Desde la perspectiva de un cuidador: el delicado equilibrio

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Socios en el cuidado de FTD, Verano 2020
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Por Raquel Martínez

Durante los últimos meses, el mundo se ha detenido en gran medida. Tiendas, iglesias, juzgados, playas, negocios y más cerraron para “aplanar la curva” del nuevo coronavirus. Tanto las personas como las familias se refugiaron en el lugar, pues les dijeron que era más seguro en casa, pero ¿qué pasa con las personas para quienes no lo era? Los miembros de la población geriátrica, uno de los grupos más susceptibles al COVID-19, que llenan las habitaciones de hogares de ancianos y centros de vida asistida, viven la pandemia entre ellos, pero separados de sus seres queridos. Mi papá, que pronto cumplirá 64 años, es una de esas personas. Ha vivido en su centro de atención a largo plazo durante más de dos años y ahora se encuentra en un centro de cuidados paliativos y depende completamente de su apoyo debido a la FTD. Su instalación estuvo bajo “bloqueo” la semana antes de que se emitieran las órdenes estatales, lo que me dejó una oportunidad vacía para decir adiós.

Tener a mi padre bajo el cuidado de profesionales, personal médico y visitas semanales del centro de cuidados paliativos alivia una parte de la ansiedad y la culpa que siento en torno a nuestras angustiosas circunstancias. Sé que todavía está recibiendo una atención excelente, sé que está a salvo y, hasta ahora, no muestra signos ni síntomas de COVID-19, pero no sé cuándo podré volver a verlo. No tengo idea de si alguna vez podré abrazarlo o contarle una historia divertida sobre cómo volver a criar a dos niños. No tengo idea si está asustado (o lo suficientemente lúcido como para entender lo que está pasando) o tiene curiosidad de por qué sólo podemos vernos a través de un iPad. Lo desconocido me mantiene despierto por las noches y la preocupación por su salud y bienestar mental es lo suficientemente abrumadora como para ser tangible.

A medida que continúa la pandemia mundial, también aumenta la incertidumbre. A través de este paisaje desconocido de distancia y aislamiento, he llegado a ver a un grupo de personas aparecer y cuidar a mi papá conmigo, cuando no puedo estar físicamente cerca. Proporcionan un toque humano, uno o dos momentos al sol o una canción favorita durante la cena. El personal del centro de mi padre ha participado con amor en el delicado equilibrio entre la humanidad y la atención clínica que tanto necesita. En medio del caos hay gente buena que se esfuerza por ayudar a los demás y me siento muy agradecido de poder verlo desde lejos. Sé que mi papá querría que aceptara lo bueno; Acepta siempre, siempre el bien dondequiera, como sea y con quien puedas encontrarlo.

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