Palabras de aliento: reflexiones de la hija de un papá

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por Martí Brandon

Cuando era pequeña, mi papá siempre tocaba música country en nuestras vacaciones familiares, con un poco de gospel mezclado para mi mamá. Esos viajes por carretera no tuvieron precio para mí, en parte porque estábamos todos juntos en ese entonces y en parte porque mi papá cantaba. Cantó mientras sostenía la mano de mi madre, mientras nosotros, los tres niños y el perro, nos sentábamos en la parte trasera de la camioneta familiar.

Los recuerdos que más me importan ahora no son visitar Disney World ni comer la cola de langosta que papá solo compartió conmigo. Fueron esos largos viajes familiares por carretera, con papá al volante. Desgastaríamos esas cintas de ocho pistas. Yo era bastante pequeña, pero todavía cantaba. Cuando cierro los ojos, todavía escucho a papá cantar esa letra de John Denver y de repente ser transportado a una época más sencilla. Ya no tenía prisa y estábamos todos juntos.

Papá sacrificó mucho para traernos alegría e incluso envió a nuestros hijos a una escuela privada. Pasó la mayor parte de los años 80 como vendedor ambulante, con Pepsi en la mano. Trabajó duro y esa sólida ética de trabajo lo acompañó durante toda su vida. En aquella época de viajante de comercio, siempre conducía un Cadillac azul oscuro. Lavó y enceró sus autos hasta que alcanzaron las 100.000 millas. Pagó impuestos trimestrales y pasó por la vida, siempre ayudando a nosotros y a nuestra educación.

Mi ética de trabajo emprendedor la heredé de papá, junto con mi amor por un auto impecable. Pero lo que más recuerdo son los viajes por carretera desde Minnesota a Florida. La letra de “On the Road” y “Take Me Home, Country Roads” de John Denver resuena en mi corazón porque sé que nuestro tiempo juntos llegará a su fin pronto.

Elijo recordar fragmentos de mi infancia con papá. Sin embargo, ahora que estamos solo nosotros dos, mis AirPods nos tranquilizan a ambos: uno en mi oído y el otro en el de él. Nos sonreímos, formando nuestro propio capullo bajo el sol. No estoy seguro de en qué está pensando cuando cierra los ojos y escucha las mismas canciones que le hicieron llorar mientras apretaba la mano de mi madre.

Han pasado diecisiete años desde que falleció mamá. Hace unos 10 años, comenzó el viaje de mi padre hacia la variante conductual de la FTD. Aunque observar su viaje no ha sido fácil, sigo concentrado en las pequeñas cosas. Tomo sus manos ahora porque eso nos tranquiliza a ambos. Estos son los momentos que aprecio y recordaré.

Me han dado más tiempo precioso para dedicarlo como hija de papá. Hoy, papá está en un centro de cuidados paliativos. Sé que le queda poco tiempo. Pero estoy muy agradecido por todos los momentos extra que hemos tenido. Creo que Dios me permitió tener todavía a papá como un ungüento para calmar mi corazón después de que mamá nos dejó.

No ha sido fácil ver su declive. Pero ha sido un consuelo para mí saber que él me ama y que todavía conoce mi voz y ve mi sonrisa, razón por la cual escribo. Y mientras escribo, sonrío entre lágrimas. Me aferro a los buenos recuerdos y dejo ir el resto.

Siempre hay una temporada en la que las cosas entre hijas y padres pasan por una mala racha, pero este no es momento de pensar en eso. Sé que papá está contento con mi vida ahora; Sé que incluso está orgulloso. Ahora es el momento de disfrutar de cada pequeño destello y sonrisa astuta que me brinda.

Me aferraré a mis recuerdos de sus últimos días en la tierra, atesorando cada momento en que me llame, encontrando consuelo en mi voz; esos preciosos momentos en los que todavía me llama su “querida niña” siempre me hacen sonreír. Mi papá se irá a casa pronto, tal como dice la letra de John Denver.

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